Nota: sin por algún motivo no has leído la parte 1 de este viaje, la puedes encontrar aquí.

El siguiente día lo pasamos en A Coruña, ya que estaba a una hora de carretera. Es una de esas ciudades que si estás por la zona, hay que visitarla. A pesar de las prohibiciones de la cuarentena, la ciudad estaba llena de gente (sobretodo turistas, con sus cámaras colgadas del cuello). Decidimos parar en un sitio que parecía una jamonería en toda regla, con docenas de patas colgadas y quesos apilados en sus cámaras frigoríficas, para un tentempié de media mañana. El sitio es Montefurado, en pleno centro de la ciudad costera.

Foto de Irene Bassett

Al inspeccionar más de cerca, se notaban que la mitad de los productos no estaban refrigerados y la otra mitad estaban secos. Una lástima, ya que el «queso del país» me encanta en bocadillos, con un poco de jamoncito. El dueño con la mascarilla protegiendo la garganta (que sabemos todos el uso que se le da), que ni sonríe ni mira a la cara a sus clientes, combinado con el hecho que venden «auténticas piadinas italianas» (las cuales son originalmente de trigo y no maíz, por lo que estaban vendiendo tortillas mejicanas mal etiquetadas). Apuro el Nestea «del tiempo», pago y a volver a nuestro carruaje. No sin antes visitar el Obelisco y la Torre de Hércules.

Hasta las moscas se deleitaban con los quesos regionales

Hambrientos, volvimos a Malpica, donde paramos en el primer bar con terraza que encontramos: el Café Bar Ybarra. Con pocas esperanzas, pido un «bock» con limón (vamos, una doble de toda la vida) y unas tapitas. ¡Ahora sí que sí! Raciones inmensas, de calidad y a precios muy competitivos. Las fotos que veis, se supone que son medias raciones. Montadito con aguacate, brie y anchoas; bocadillo infinito de pollo rebozado, queso y ensalada; rabas y chipirones. No se como pude moverme con todo eso en el estómago, así que me arrastré directo hacia el apartamento a por una siesta (o tres).

Tras más de dos horas en gastro-coma en la terraza del apartamento, bajo a tomar un poco de sol (que falta me hace) hasta que casi se hizo de noche.

Pasado el anochecer, Malpica es espectacular

Antes de que fuese totalmente oscuro, pasamos unas horas en Carballo, unos minutos al sur de nuestra estancia. Ciudad preciosa, recorrida por el río Anillóns, repleta de murales en cada esquina, pintados durante el último Rexenera Fest.

Allí, para cenar, acabamos en el Mesón do Pulpo. Habían pasado mas de 12 horas desde el ultimo pulpo que había comido, y no quería que me echasen de la región por romper tradiciones, así que pedí otra ración (la cual estaba increíble; aunque por el nombre del sitio, más les valía), junto a unas almejas en salsa que duraron muy poco en sus cascarones, y un poco de churrasco de ternera, servido con un chorizo hecho a la brasa, que posiblemente es el más sabroso que haya tomado en mi vida.

Con todo esto y un café con hielo, volvimos a Malpica y nos fuimos a la cama. Al día siguiente había que hacer otros 600km, cosa que no me apetecía demasiado, ya que el aire costero es embriagador.

Volviendo a Madrid, paramos en Lugo, en el Restaurante O Castelo. Una terraza muy mona, a pesar del interior, que era limpio, precioso y desaprovechado.

Foto de Borja Outeiral Novo
Intentad adivinar que segundo plato he pedido

Y con esto, volvimos al secarral del centro de la península, a las tormentas eléctricas con 35 ºC y al caos, tráfico y ruidos. Ni me he quitado la chaqueta y ya quiero tener otra aventura.

¡Hasta la próxima!