Vamos a empezar este nuevo blog con algo sencillo: una escapada de fin de semana. Cansado del caos de Madrid, con su enorme densidad de población urbana y el simple hecho de no poder tomarte una cervecita sin rozar hombro con hombro de desconocidos, he decidido alquilar un apartamento Bed & Breakfast en Malpica, en A Coruña.

 

 

 

Si un piso de una habitación te cuesta minimo 800€ en la capital, en los pueblos costeros, puedes alquilar apartamentos enteros por menos de la mitad, en primera línea de playa. Sólo tenía unos días para descansar y a pesar de las más de seis horas de viaje, decidí quedarme solo tres noches. ¡Pero que noches! Paz, tranquilidad, aire salado, lleno de gente amable y disponible.

 

 

Con unas vistas así, con pocas ganas vuelvo a la contaminación de la capital

 

 

A pesar de finales de julio, las playas estaban deliciosamente despejadas.

La idea era sencilla: tras tantas horas de carretera, el primer plato no podía ser otra cosa que un Pulpito a la Gallega (llamado localmente «Polbo á Feira»). Investigando la zona, parece que los del pueblo recomiendan todos el mismo sitio: La Taberna de Lesto.

 

 

Foto de Alex Vilar

 

 

Es un sitio bastante limpio, con un ambiente un poco californiano (balsa y piedra por doquier), anulando el encanto que pueda tener un restaurante familiar de pueblo. A mi parecer, el dueño quería atraer turistas (los pocos que puede haber en un pueblo de poco más de 5.000 habitantes) con un ambiente un tanto genérico. Pero eso me importó bien poco, ya que iba con hambre y un poco de prisa.

 

 

Tras ver las fotos tomadas por otros comensales, me decanté por el obligatorio pulpito (que acabó llegando empapado en aceite, haciendo que supiera más esponjoso de lo que debería), media ración de Raxo (lomo de cerdo tradicional Gallego, que honestamente me supo a cerdo adobado del Carrefour, sobre un lecho de patatas a medio cocer) y unas gulas con gambas obviamente congeladas, lo cual es sacrilegio en un restaurante desde donde se ve la costa por la ventana. De aperitivo, trajeron unas alitas de pollo con una especie de salsa a la miel y mostaza, pero estaban tan secas que se quedaron en el plato.

 

 

 

 

Bastante decepcionado con la calidad, pero sorprendido con el tamaño de las raciones, pago la cuenta y hago un poco de turismo por la zona, donde descubrí en Area Chillout que los cócteles picantes son algo que he subestimado toda mi vida. ¡Quién lo hubiera imaginado!

 

Ron picante y cerveza de jengibre, servido con una guindilla

Tras pasar lo que quedaba de día viendo faros y acantilados por la zona, seguí con muchas ganas de probar pescado del bueno, así que me puse a investigar varias webs, intentando encontrar un restaurante pequeño, pero bueno. Vamos, una parrilla de pueblo, hecha con mucho mimo. Acabo viendo muy buenas reseñas de un sitio en medio de la nada ( de los que me gustan a mi), llamado Restaurante O Xan. Parece ser una casa cualquiera, convertida para servir un par de docenas de comensales, con un ambiente muy familiar, comparable a una reunión alrededor de la mesa para la cena de Navidad. 

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Si no te lo dicen directamente, esta parece una casa cualquiera

Tiempos de espera eternos, camareros despistados, varias búsquedas por las salas para poder tener un cuchillo que faltaba… A pesar de todo esto, el sitio es lo que buscaba. Era como visitar a la tía Mari Pili y que te llene el estómago de crustáceos. 

Ah, las zamburiñas, cómo las echaba de menos. Como las vieiras, pero más pequeñas y dulces. Acompañadas por unas navajas de mar, ambas con su salsita suave a base de limón, aceite y hierbas, estaban deliciosas. Mi acompañante no era amante del marisco, así que pidió un chuletón que ni pudo acabar. Todo servido al punto correcto, delicioso, pero con muchas demoras. Si me hubiese quedado más tiempo, habría repetido. 

¡A la parte 2!