Cuando uno piensa en vinos de España lo primero que nos viene a la cabeza es un buen Rioja o un magnífico Ribera del Duero, pero si a alguien le apetece hacer enoturismo en Madrid, hay muy poco donde elegir. O eso pensaba, cuando, por sorpresa, descubrí La Bodega de Quintín, en Villarejo de Salvanés.

 

La llegada a Villarejo de Salvanés

Al llegar desde Madrid con las ventanillas bajadas, un familiar y nostálgico olor inundó el coche. Estábamos pasando al lado de la fábrica de Cuétara, recordando las galletas María que mi madre me ponía en la mochila para el recreo, hace ya muchos años. Los olores son algo mágico: puedes tener dificultades a describirlos o recordarlos, pero una vez los sientes de nuevo, te transportan a un lugar lejano de forma inmediata.

 

Villarejo de Salvanés

 

La zona es muy rica en cuanto a cultura. Uno puede dar un paseo por el pueblo y encontrar varios puntos de interés turístico como el Castillo de Villarejo o el Convento de Nuestra Señora de la Victoria. Todo ello a unos pocos pasos de las bodegas.

 

El plan de fin de semana era un tanto completo: noche en el hotel de la bodega, visita a las grutas, cata de vinos y quesos de la zona, un menú degustación en el restaurante para cenar y todo con  desayuno incluido para terminar la experiencia.

 

La Bodega de Quintín: visita y cata

 

La bodega fue excavada a mano hace más de siglo y medio para guardar docenas de tinajas, todas ellas protegidas como Patrimonio de la Comunidad de Madrid. El olor era impresionante: una mezcla entre uvas y cal. Se sentían los millones de litros que fluyeron por esos pasillos muchos años atrás.

 

La Bodega de Quintín

 

En la degustación de vinos éramos cinco parejas, dos de ellas especialmente interesadas por todo lo que ofrecía el lugar, posiblemente sondeando para realizar una boda en breve. Con jardines, restaurante y una discoteca en la que entran cien personas, todo ello a menos de una hora de Madrid, me parece un sitio ideal.

 

Sin dar detalles para dejar lugar a sorpresas y encantos cuando uno vaya a hacer el tour, nuestro anfitrión nos entretuvo un par de horas explicando como almacenaban y distribuían el vino, pagaban la Tercia y excavaban las cuevas. La historia acerca de los Reyes Católicos y la Batalla de Lepanto que nos contó hizo que me estremeciera con los recuerdos de los exámenes del instituto. Pensé que lo había enterrado todo en el fondo de mi mente, pero recordé fechas, lugares y personajes involucrados.

 

Vino, tinajas y velas

 

Nos hicieron un curso acelerado sobre como probar los vinos, buscando el fatídico olor a corcho, midiendo la lágrima sobre el vaso, y demás truquitos de sommelier. Reconozco que cuando había que inclinar levemente la copa, parecía que estaba usando una Baticao. Me falta un poco de destreza y suavidad.

La visita se demoró bastante, haciéndonos llegar tarde a la cena que teníamos reservada. No fue un problema, pero estuvimos incómodos y apurados al final de la degustación.

 

La cena: degustación entre tinajas de vino

 

Ya con bastante hambre, tras haber terminado de «jugar» a ser Sommelier, nos dirigimos hacia el restaurante. Rodeados de más tinajas, trampillas y tablones de madera,  no sabíamos aún cuánto íbamos a disfrutar de lo que la cocina tenía preparado para nosotros.

 

Tapitas en el jardín

 

De todos los platos que nos sirvieron, caben destacar dos: las piruletas de cordero (no tenían las croquetas, que me apetecían) y, sobre todo: el pulpo. Ya quedó confirmado que el Pulpo a la Gallega (á Feira) no es mi preferido, ya que no es comparable con ese sabor y textura que solo se consigue con brasas. Será algo primario o instintivo, pero cuando hay carbón involucrado en un plato disfruto muchísimo más. Algo que si me sorprendió, es que solo uno de los 5 platos tenía el vino como ingrediente; en el restaurante de una bodega me esperaba un poco más de protagonismo vínico.

 

La habitación

 

Tras la cena y una copita, hora de ir a la cama. Las habitaciones era agradecidamente espaciosas, claramente recién remodeladas, con muchísima atención al detalle. Jabones de Rituals, una ducha inmensa, muchas almohadas entre las que elegir, colores alegres y temáticos.

Si por menos de 200€ uno consigue llevarse a su pareja a una visita guiada de una bodega emblemática, dormir alejado de Madrid, degustar de una cena y desayuno… es la excusa perfecta para una escapada de fin de semana.