A lo que iba era a comer. No solo comer, sino a comer bien. El confit de pato me llamó la atención, y no diré si estaba bueno o no; simplemente diré que por desgracia, no pude pedir el mismo plato cinco veces seguidas. Mi acompañante quería bacalao, pero Lucía aconsejó la lubina (grandísima idea, porque estaba magnífica, jugosa, tierna…). Como entrante cogimos un tartar de atún con jamón ibérico.